Andrea XXXIX, jugando en el probador.

Un día, estaba en casa de mis tíos. Necesitaba ropa interior y al menos un bikini, así que bajé hasta la boutique de la que soy clienta habitual. La tienda llevaba muchos años allí, creo que antes de que yo naciera, y la verdad a veces tenían cosas muy bonitas y a buen precio. Entré y vi un pequeño cambio en el personal, la señora que llevaba la tienda no estaba y en su lugar había una chica de unos 20 años, quizás la hija de la dueña o alguna empleada; aparte de ella, no había nadie, algo normal a aquella hora y en aquella época, cuando casi todo el mundo estaba tomando el sol en la playa. La chica me saludó y yo le devolví el saludo, mirando las estanterías en busca de cosas que ponerme. Mientras miraba la ropa interior, no pude evitar que se me escaparan furtivas miradas hacia la chica. Era una hembra espectacular, debía medir alrededor de 1’65, delgada aunque con curvas, con los pechos bastante más grandes que los míos, llenos y hermosos, acentuados por el top amarillo con tirantes que llevaba, que contrastaba con su piel morena sin duda debido a varias sesiones de playa. Su pelo era moreno, largo y rizado, recogido en una coleta, y sus ojos también eran negros y brillantes. Llevaba unos tejanos que marcaban su culo, algo plano, no tan firme como el mío, pero sin duda un caramelo, y un piercing dorado en el ombligo, que destacaba sobre su piel morena. Pronto, entre mirada y mirada, empecé a notar una humedad familiar entre mis piernas. ¿Pero qué me pasaba aquel día? Ya llevaba dos polvos, y mi cuerpo me pedía guerra. Tenía que hacer algo, ¿pero qué? Mientras cogía algo de ropa interior para probarme, mi mente lujuriosa empezó a maquinar un plan...
“¿Puedo entrar al probador?”, le dije a la chica.
“Claro”, replicó con una sonrisa.
Entré y me desnudé; mis pezones ya estaban duros y erguidos, deseando ser sobados por aquellas manos morenas, y mis labios vaginales ya brillaban, me estaba poniendo cachonda a marchas forzadas. Me puse un conjunto de lencería negra con tanga y sujetador, muy sexy, la verdad. Entonces, puse en marcha mi plan.
“Oye, perdona”, dije asomando la cabeza por el probador. “¿Me ayudarías a elegir? A pesar del espejo, me gusta que me ayuden otras chicas”.
La chica miró a la tienda vacía, y me dijo “Sí, espera” Fue a la puerta, la cerró por dentro y puso el cartel de “Volveré enseguida”. Perfecto. Se metió en el probador conmigo y me miró de arriba abajo. Intentó darme una opinión profesional, pero noté que se ponía ligeramente nerviosa.
“Estás muy bien”, me dijo, “un conjunto muy bonito que puedes llevar en cualquier ocasión”.
“¿Y ese azul”, le dije señalando uno de los que estaban colgados de la percha.
“Pues... cámbiate y veremos”.
“¿Por qué no me cambias tú?”, dije sonriendo.
Los ojos de la chica se cruzaron con los míos y centellearon. Se puso a mi espalda y me desabrochó el sujetador, liberando mis tetas cachondas. Las miró por el espejo, con los pezones duros y puntiagudos. Tras esto, me quitó el tanga también por detrás, arrodillándose y sobando mi culo, lo que me puso a cien. Yo no podía estarme quieta y me movía continuamente, mis labios vaginales y mi clítoris estaban hinchados esperando acción. La chica, por supuesto, se estaba dando cuenta de todo, y decidió no esperar más. Empezó a besarme el culo, aun de rodillas, tocando mi coño con la mano por detrás. Yo le dejé hacer, moviendo el culo a medida que lo besaba. Poco a poco, se fue acercando a la raja de mi culo y la lamió de arriba abajo, provocándome espasmos de placer.
“¿Cómo te llamas”, acerté a susurrar, “yo soy Paola”.
“Vanesa”, me dijo.
De rodillas, Vanesa me rodeó, sin dejar de besarme y acariciarme, poniéndome contra la pared. Yo podía observarlo todo en el espejo, lo cual le daba a la escena un morbo especial. La chica se quitó el top y el sujetador, permitiéndome una magnífica vista de su espalda; llevaba un tatuaje en el omoplato, un hada bastante grande. Empezó a besarme la parte interior de los muslos mientras sus dedos se abrían paso hacia el interior de mi coño. Yo temblaba de placer, todo mi cuerpo se agitaba, pero me negaba a cerrar los ojos, observando los movimientos de ambas en el espejo, mis tetas agitándose y su cabeza, brazos y pechos moviéndose por mi cuerpo; sin embargo, cuando su lengua se posó encima de mi clítoris no me quedó otra que apoyar las manos encima de su cabeza y cerrar los ojos, apoyándome en la pared y disfrutando del cúmulo de sensaciones que su lengua y sus dedos expertos me provocaban. No sabía si era lesbiana, pero sin duda no era la primera vez que hacía aquello, aunque siendo empleada en una tienda de ropa femenina habría tenido más de una oportunidad como la que le estaba brindando. Vanesa era toda una profesional, me ponía al borde del orgasmo con cada lametón que me pegaba, sus dedos se movían dentro de mí cada vez más frenéticamente. Yo casi no aguantaba ya, estaba a punto de correrme... y ahí llego.
“Aaaah, ah, ah”, grité sin poder evitarlo, poseída por un placer incontrolable.
Vanesa apartó la cara de mi coño, y me sonrió. Se puso de pie y nos pegamos un caliente morreo, yo además de los sabores de su boca podía notar los de mis propios jugos, lo que le daba a aquel momento un morbo especial.
“Ahora te toca a ti”, le dije cuando nuestras bocas se hubieron despegado. Bajé la vista hacia sus tetas; eran preciosas, con unos pezones enormes. No pude resistir la tentación de posar mis manos sobre aquella maravilla de la naturaleza, a lo que respondió con un sensual movimiento. Nos dimos la vuelta y la coloqué contra la pared, en el mismo sitio donde hace unos segundos me apoyaba yo. Empecé a besar, lamer y mordisquear aquellos pechos de delirio, a la vez que le desabrochaba los tejanos, que se quitó rápidamente junto a las bragas. Me percaté de lo sensibles que eran sus pezones, cada vez que pasaba mi lengua y en especial mi piercing por ellos se estremecía y gemía con intensidad. Durante unos segundos pensé en arrodillarme para probar su cuevecita de los placeres, pero deseché la idea al ver lo sensibles que eran sus tetas; me daba mucho morbo que una mujer se corriera así gracias a mí, por lo que puse una mano entre sus piernas y empecé a acariciarle los labios vaginales por encima, estaba increíblemente húmeda, aquello era prodigioso. No tardé en insertar dos dedos en su coño, a la vez que le trabajaba el clítoris con el pulgar; todo esto, por supuesto, sin dejar de sobar y lamer sus tetas y especialmente sus sensibles pezones, en los que centré toda mi atención. Vanesa se movía y se retorcía, combinando sus suspiros y jadeos con susurros de mi nombre que me hacían poner aún mas cachonda si cabe. Puso sus brazos a mi alrededor y noté como sus labios vaginales se contraían alrededor de mis dedos a la vez que la oí decir:
“Oh, si, Paola, si... me voy a... me voy a correr... aaaaay... ay, ay...”
Tras la corrida, retiré mis dedos de su coño y los lamí con mi lengua, en un sensual movimiento; ella se sumó a el, y nuestras lenguas acabaron entrelazándose, realizando una corta batalla en nuestras bocas. Tras esto, nos dimos otro beso, más romántico, y nos vestimos. Me pidió quedarse el tanga mojado que me había probado, y yo le dije que sí a cambio de sus bragas, también mojadas. Sonreímos picaronamente y nos intercambiamos las prendas, prometiéndonos que volveríamos a vernos. Finalmente, me llevé varios modelos y me marché tras hablar un rato con Vanesa.

2 comentarios:

  1. Vaya, tú cuando vas a comprar ropa tienes el día completito jejeje ;)

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  2. Tan delicioso y tan placentero como siempre, tú y los probadores son una combinación sumamente explosiva.
    Que rico debió ser el jugo de esa corrida si gritaste de esa manera. Un muy jugoso recuerdo preservado en una simple prenda. Que envidia le tengo a Vanesa tanto por el recuerdo como por “la opinión” que te dio.

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